jueves. 28.03.2024

Si Manolete hubiera preguntado por Lupe, habría entrado

Mesa redonda sobre “Manolete, el torero y el hombre” en La Línea de la Concepción

Fechas atrás se ha celebrado en la localidad de La Línea de la Concepción un acto de homenaje al torero Manuel Rodríguez Manolete, con motivo de cumplirse cien años de su nacimiento y setenta de su muerte. El escenario fue el Museo Taurino Pepe Cabrera (inaugurado en 1960), que mostraba lleno su aforo, y el formato adoptó la forma de mesa redonda, cuya coordinación corrió a cargo de Curro Duarte, torero linense que recibió la alternativa de Morante de la Puebla.

El alcalde Juan Franco, abriendo el acto, agradeció a la familia Cabrera el mantenimiento del museo y la organización de actividades taurinas y aprovechó para exponer públicamente que el proyecto estrella de los fondos europeos que va a recibir La Línea en 2018 es la restauración de la plaza de toros, uno de los inmuebles más antiguos que hay en la ciudad, que volverá a su estado original y será destinada a todo tipo de actividades culturales; el proyecto ya está aprobado por el ministerio correspondiente en sus líneas básicas y esperamos que en 2019 las obras estén terminadas.

El doctor Rafael Comino agradeció a la familia Cabrera la invitación a hablar sobre “Manolete, el torero y el hombre” en un sitio donde se encuentra como en su propia casa. Empezó diciendo que por razones de edad no vio torear a Manolete, porque tenía cuatro años cuando murió, pero sí ha oído mucho hablar de él a quienes le conocieron, aparte de que ha leído también mucho sobre el personaje. Manolete no toreó mucho; fueron 587 festejos, sumando corridas, novilladas y festivales. Éstas no son hoy grandes cifras pero fueron suficiente para ser máxima figura y mandar.

Si Belmonte introdujo el temple, consolidado por Domingo Ortega, Chicuelo introdujo la ligazón y Manolete la consolidó, ya que la practicaba en casi todos los toros; para eso había que quedarse en el sitio y mandar en los toros como él mandaba, aunque se le criticara a veces de perfilero. Lo cierto es que no abría mucho el compás, porque era su forma de hacer el toreo de forma más natural. Hizo desaparecer los terrenos y se quedaba quieto para ligar más, lo que emocionaba a los públicos. Así, cuando la faena al toro “Ratón”, Agustín de Foxá pudo gritar “Gracias, Dios mío, no nos lo merecemos”.

Se le criticó citar con la muleta retrasada, pero él pensaba que no hay que adelantarla y, así, darle al toro la posibilidad de elegir entre la tela y el cuerpo; con los mansos sí hay que adelantar la muleta, para provocarlos y llevarlos tapados para que no se vayan. Cargar la suerte era dogma de fe, mas para Manolete no era una virtud sino una ventaja, aparte de que en las distancias que él se movía no era posible practicarla. Alguno le criticaba que no se cruzara, pero muchos grandes toreros consideraron después que torear a pitón contrario es una ventaja, aparte de que dependerá de cada toro. Hoy, Ponce dice que se expone más toreando al hilo del pitón que al pitón contrario. Otra cuestión es si era torero corto, con poco repertorio. Bienvenida consideraba que ningún torero era capaz de hacer faena a casi todos los toros como lo era Manolete, aparte de que éste era muy inclinado a realizar sólo los pases fundamentales.

Para Álvaro Domecq Manolete era único, irrepetible y muy completo, con una profesionalidad que no veía en otros. Antonio Márquez le veía una perfección que no existía en otros. Para K-hito era el mejor, el único, el que revolvió todas las reglas de torear, definiéndolo con cuatro palabras: estética, estática, señorío y realeza. Silverio Pérez, que lo definió como un torero extraordinario y admirable, lo vio torear en Sevilla y preguntó sobre si siempre estaba así; como le contestaron afirmativamente, respondió que debía volverse a Méjico a seguir entrenando para estar a su altura. Siguió el doctor Comino con el repaso a los juicios valorativos de diferentes personajes del toreo, como Manolo Escudero, Machaquito, Juan Belmonte, Pepín Martín Vázquez, Fermín Rivera, Juan Mari Pérez Tabernero, Carlos Arruza o Luis Miranda, entre otros.

A todos los toros les hacía la faena que cada uno necesitaba, los calibraba rápidamente y tras dos pases ya estaba con la izquierda. Solía decir que cuando otros toreros terminaban sus probaturas doblándose él ya había pegado ocho o diez naturales. Era el pundonor personificado, y, a ese tenor, afirmaba: “Mi toreo no tiene nada de mágico ni de milagroso. Lo que quiero es que el toro vaya a donde yo le mando, al sitio donde lo quiero recoger para el siguiente pase. Si la muerte me llega no me cogerá en un instante feo de cobardía”. Muchos quisieron establecerle rivalidades con otros toreros pero éstas nunca llegaron a cuajar porque él estaba por encima. Era el más grande, con una personalidad inimitable; su grandeza es que no copió de nadie e hizo todo lo que quiso, como los genios. En resumen, Belmonte y Manolete son los pilares sobre los que se asienta la tauromaquia moderna.

Como hombre, era lo más honrado que se conoce, al decir de Luis Miguel. Su bondad está grabada en el corazón de los que le conocieron, según Bienvenida. No permitía que se hablara mál de alguna persona que no estaba presente. Su figura, su porte, su mirada reflejaban lo que era, un señor, un gran caballero. Como hombre fue más grande que como torero. Más que serio recto, era poco hablador y algo tímido en público; por demás, era aficionado al flamenco y a la lectura, especialmente a la novela histórica.

Pedro Ballester, capellán de la Vera-Cruz de Caravaca, que escribió un libro de lo mejor sobre Manolete, decía que tenía le rectitud de un ciprés y su falta no se puede rellenar. Era el torero perfecto, rompió moldes. De modo natural, con su elegancia y majestuosidad lo llenaba todo. Fue más que un torero, por tener tres condiciones principales, como bondad de espíritu, lealtad de corazón y humildad de alma. Por eso fue un mito pero no mito inventado; respondía a lo que su paisano Séneca dejó escrito: “obra de modo que se diga de ti que eres un hombre”. Ha sido el torero más cantado; hasta mil cuatrocientos poemas se han contabilizado dedicados a Manolete.

Concluyendo, fue un gran torero y un gran hombre. Los primeros que hablan bien de él son los toreros, sus propios compañeros. Conchita Cintrón estableció que cuando se oye el nombre de Manolete hay que ponerse de pie. Belmonte había predicho que un día vendría uno que le haría faena al noventa por ciento de los toros. Ese llegó y había nacido en Córdoba, pero Dios se lo llevó pronto.

En turno de coloquio con el público el doctor aclaró varios puntos. Manolete no murió por transfusión de plasma en mal estado, puesto que sólo se le puso un poco de suero salino fisiológico, que no es lo mismo, aparte de una transfusión de aproximadamente un litro de sangre brazo a brazo; murió por pérdida de sangre hacia fuera y hacia dentro, siendo esto último lo que le provocaba dolor en los riñones. Sobre Lupe Sino, manifestó creer que no entró en la habitación por consejo médico, para evitarle unas tensiones innecesarias al herido, aparte de que éste nunca pidió que la llamaran; Álvaro Domecq le aseguró personalmente que si Manolete hubiera preguntado por Lupe, habría entrado. Por demás, Lagartijillo, sobrino y ahijado, declaró que un mes antes de la muerte Manolete le confesó que quería dejar la relación con la Sino. Por último, fue en La Línea donde Manolete utilizó por primera vez un estoque simulado, el año 1944, con motivo de que tenía fracturado el pulgar de la mano derecha, aunque ya en 1938, en Córdoba, dos novilleros habían utilizado estoque simulado alternando precisamente con Manolete (que no lo usó en aquella ocasión), resultando que tras lo de La Línea se empezó a imponer el uso de ese trebejo, dado el prestigio que ya tenía consolidado el Califa.

Luis Parra Jerezano, que tantas tardes buenas tuvo en la plaza de La Línea, tomó la palabra para reflejar la admiración que Manolete despertaba en Méjico, con monumentos incluidos, tal como él pudo comprobar a lo largo de sus estancias en aquel país con motivo de sus actuaciones toreras. Además, igual que de novillero iba al Señor de la Puerta Real a pedir que le hiciera torero, cuando ya lo era fue varias veces al cementerio cordobés, dejando a la cuadrilla en la puerta, para rezar en la tumba de Manolete y pedir que pudiera al menos ser sólo la cuarta parte de honrado en la plaza y buena persona de lo que fue el Monstruo.

Miguelete también intervino y aprovechó para recordar y agradecer a Jerezano el regalo de un vestido de torear que le hizo un día de su santo, San Miguel, con motivo de que lo había acompañado durante una noche en el Hospital de Toreros tras una cogida que había tenido el día anterior en Las Ventas. Referente a Manolete, expuso la suerte que tuvo de ser amigo íntimo de Duarte “El Pota”, que, tras haber ido en las cuadrillas de matadores insignes, actuó muchas tardes a las órdenes del genial cordobés, al que defendía frente a cualquiera como el número uno en lo taurino y en lo humano y que además, pese a lo que ha evolucionado el toreo, está actualizado como no le ocurre a ningún otro de los retirados.

Al finalizar el acto, antes de la entrega de unas placas de recuerdo a los intervinientes, se procedió al descubrimiento de un cuadro al óleo con el retrato de Manolete en cuerpo entero, firmado por el pintor José Gallego y donado al museo Cabrera.

Si Manolete hubiera preguntado por Lupe, habría entrado